Usualmente siempre se ha caracterizado
el baile de competición como un deporte artístico y Marcus Hilton lo describió perfectamente en una entrevista de Ruth Gledhill: “Un bailarín de
competición necesita la elegancia, estilo y facilidad de un bailarín de ballet,
y al mismo tiempo, la energía de un corredor de maratón y el poder de un
saltador de altura o de longitud. Una mezcla de estos aspectos producirá un completo
bailarín de competición”.
El esfuerzo físico de los bailarines de baile
deportivo ya ha sido contrastado, comparando ciertas constantes
vitales de una pareja de alto nivel, ejecutando un quickstep, y de un atleta
corriendo los 800 metros lisos en la pista de atletismo. En los 90 también tuve ocasión de ver otra
espectacular comparativa que mostraba, en pantalla partida, las evoluciones de
una pareja de patinaje artístico sobre hielo y de una pareja de gran nivel
ejecutando su quickstep. Ambas parejas habían preparado rutinas que diseñaban
caminos similares y el espectador podía apreciar velocidades de desplazamiento similares
y posiciones en la pista aproximadamente equivalentes en todo momento. Pero ¿es el esfuerzo físico la razón de
considerar el baile de competición un deporte?
Naturalmente, una buena condición
física permite a los bailarines alcanzar mejores performances y los grandes
campeones la muestran, manteniendo la apariencia de facilidad y de
escaso esfuerzo a pesar de su entrega. Y así debe ser, de acuerdo con la descripción
de Marcus Hilton. He visto a grandes
campeones jadeando exageradamente al
llegar al vestuario, tras un explosivo quickstep, pero que hubiesen enlazado
sin pausa un segundo quickstep sin mostrar signos de fatiga y exhibiendo el
mismo brillo. Sin embargo, el esfuerzo físico no es suficiente para considerar
el baile de competición un deporte pues los grandes bailarines de danzas
escénicas también realizan un gran esfuerzo durante el espectáculo, con un
gasto energético, seguramente, comparable al de bailar una competición de
cuatro o cinco rondas de alto nivel concentradas en hora y media de
espectáculo. Y no por ello calificamos su actividad como deportiva.
Campeonato de España latino profesional 1998 (AEPBSD) |
La otra acepción
del DRAE para deporte es la que citaba Xavier
Mora: actividad física, ejercida como juego o competición, cuya
práctica supone entrenamiento y sujeción a normas. Este es el sentido más restringido y específico que han buscado los practicantes de multitud de deportes, incluido el baile competitivo. Sin embargo,
modernamente, una actividad forma parte de la familia de los deportes cuando,
además, confluye otra característica no recogida explícitamente en el DRAE: la existencia de
una institución, usualmente una federación deportiva, guardiana de las normas, y bajo cuyo paraguas se
realiza la actividad.
Podemos imaginar las primeras competiciones de baile en
los albores del siglo XX celebradas en las mismas salas donde las parejas
salían a bailar como esparcimiento. Los participantes se inscribían cuando
entraban a la sala y las competiciones simplemente imitaban lo que ocurre en la
pista durante el baile general: un número de parejas bailando al mismo tiempo y
tratando de demostrar, además de su calidad, su habilidad para gestionar su
espacio entre las otras parejas. Seguramente salían a la pista desde la zona en
la que estaba su mesa y las parejas conocían si habían sido seleccionadas en el
momento de ser llamadas a pista para bailar. Aunque muy simples, también habría
bases y, naturalmente, había resultados. Era la época de los pioneros y pronto,
con la participación de las mejores parejas, se organizaron lo que podrían
calificarse de campeonatos del mundo de la época. Pero todo ello no es
suficiente para considerar que aquellas competiciones fueran deportivas, en el sentido específico, porque
faltaba el elemento organizativo e institucional. Al principio no se distinguía entre amateurs
y profesionales, pero a finales de los años 20 se fundaron dos primeras
asociaciones internacionales, una amateur y otra profesional. Sin embargo, las organizaciones
predecesoras de las actuales son la FIDA, fundada en 1935 (Fédération
Internationale de Danse pour Amateurs), embrión de la actual WDSF y el ICBD, fundado
en 1950 (International Council of Ballroom Dancing) y origen de la actual WDC.
La
característica que permite incluir el baile deportivo en el colectivo de los deportes no está relacionada con su exigencia física sino con su condición competitiva institucionalizada, con reglamentos, clasificaciones, calendarios de
competiciones, y campeonatos. Si
el baile de competición se considera un deporte no es porque esté en su
esencia, sino porque en el mundo del baile ha habido desde los años cincuenta una
firme voluntad de que llegase a formar parte de la
familia de los deportes. En Septiembre de 1997, mucho tiempo después de que el baile
de competición se hubiese organizado en asociaciones que funcionaban como
verdaderas federaciones deportivas, el COI dio oficialidad a lo que ya era una
realidad, aceptando a la IDSF (la denominación en 1997 de la actual WDSF) como
miembro oficial. Fue el reconocimiento del término DANCESPORT, que a su vez facilitó, en muchos
países, la integración en los comités olímpicos nacionales.
Marcus Hilton se preguntaba, en la
entrevista citada al principio, por las repercusiones que podría tener en el formato y características de las competiciones de
baile deportivo, el reconocimiento del COI. Eso se verá con el tiempo. Lo que ya ocurrió fue que la cordial relación
entre la WDSF y el WDC, que en 1965 habían firmado un acuerdo para
respetarse mutuamente en la gestión de las parcelas amateur y profesional, se
rompió en los años posteriores al reconocimiento de 1997. Seguramente sólo las cúpulas
de ambas organizaciones conocen, más allá de lo publicado, los entresijos de su desencuentro. Pero sin duda, otros muchos vivieron esos
años con desencanto y con profunda tristeza.